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Un café de interés arqueológico








Un asistente toma nota. Son más garabatos que letras, la ansiedad le juega una mala pasada. No es para menos.


Sucede que el análisis C-14 brindó resultados inesperados. El radiometrista sostiene que se debe a un error pero no encuentra donde pudo estar la falla. Haciendo caso omiso, el asistente sale a la carrera en busca del supervisor en planta.

La muestra, un sobrecito de azúcar, se adjudica la increíble antigüedad de cuatro mil años.


Al día siguiente, a primera hora, el equipo se reúne frente al Paseo de Metodio y Carolina en cuya convergencia se sitúa el reconocido Café de García. El jefe de arqueólogos, Müller, insistió en convocar sólo a profesionales de su confianza. A regañadientes la Comisión Investigadora Antropológica cedió al requerimiento y la expedición ahora cuenta con doce expertos investigadores de campo y un equipo más abultado que el de una banda de rock en gira mundial.


Müller envía al asistente a llamar a la puerta del lugar. El resto despliega el arsenal de piquetas, lupas y escobillas. Descargan el baúl de los picos y las palas pero el paleógrafo Weber cree que pueden prescindir de las carretillas. Dos carpas se habían desplegado ya en la vereda cuando al asistente le mandan levantar campamento y subir de nuevo el equipo a los camiones. Müller protesta. Se enoja con el ayudante que sin tregua llamó a la puerta durante las cuatro horas que demoró el desembarco. Pero en el fondo sabe que no es culpa del muchacho; no habla español y ese cartelito que notifica Domingo cerrado hasta la tarde en prolijo fileteado bien pudo parecerle una imagen del test de Rorschach.


Tras el traspié del primer día, el equipo reanuda la actividad y ahora, habiendo certificado que los propietarios se harán presentes, instalan un asentamiento con víveres para varios días. Müller mismo, acompañado de su bella traductora, saludan a los locales. Uno de los empleados sufre un ataque de pánico pero logran tranquilizarlo no sin antes suministrale algunos sedantes. Fue necesario de toda la comprensión de la traductora para hacerle saber que, a pesar del parecido del instrumental, no había entre ellos ningún dentista.


El propietario, aunque amable, se niega a liberar la zona. Tal parrece que el billarr es como una cerremonia - alude la traductora, que tampoco tiene muy en claro los porqué. Müller se ve obligado a esperar el fin de la partida. Mientras, noticia a su gente que ésta se tratará de lo que en arqueología se denomina una excavación sucia. O sea, que el sitio no se puede aislar. El biólogo, un platense y uno de los tres argentinos de la expedición, hace notar a sus compatriotas que en una excavación limpia uno se ensucia pero que en esta excavación sucia nadie se iba a manchar. Los tres argentinos se ríen de la ocurrencia y Müller, ofendido, les increpa a que compartir el motivo de la juerga. Los argentinos callan. Por respeto. Y porque los alemanes no entienden de ironías.


Les lleva toda la mañana emplazarse en la calle Sanabria. Las demoras no programadas son habituales, Müller sabe. Pero lamenta el tiempo perdido en la negociación con esa señora que amenazó con baldear la vereda donde se sitúan los equipos eléctricos. Llegado a un trato, la señora accedió a formar parte de la fotografía grupal de la expedición que tomaron para la posteridad.


El interior de sitio en cuestión está completamente revestido con posibles restos arqueológicos de la más variada diversidad. Mientras que a Müller se le hace agua la boca, Smithson, un veterano expedicionario finlandés, teoriza acerca de un microcampo magnético que retiene los bártulos contra las paredes. Pero sólo están clavados.

Dieciséis horas tres minutos; se ficha un hallazgo que sorprende por el buen estado. Smithson le pasa la escobilla más por rito que por necesidad. Es de aspecto cristalino, botelloforme: similar a un alambique, con un cuello angosto y recortado, cubierto por una rejilla sintética. El empleado con fobia a los profesionales dentales afirma conocer su función. La traductora comunica a Müller que se trata de una primitiva bomba hidráulica, impulsada nada más y nada menos que por un gas encerrado en su interior. El hallazgo, especula Müller, revolucionará la Ley De Boyle. Pero todo se desmorona cuando el empleado vierte tan campante el contenido en un vaso medio lleno de vino y un chorro de espuma se derrama en un radio de dos metros, comprometiendo la muestra. Ahora contaminada, irá a parar a un museo sin poder probar su autenticidad.


Más allá del inconveniente, otros hallazgos reaniman a la expedición. Uno de los colegiales de Cambridge tropezó con un lote de armas de fuego antiquísimas junto a restos de animales que seguramente fueron blancos de sus proyectiles. Extremando los cuidados, (evitando sobre todo a los locales, que demostraron un total descuido en la manipulación de muestras), el lote fue enumerado y transportado a la seguridad de los cofres de contención. Los restos animales, presume el biólogo platense, pueden ser de naturaleza ovina pero no descarta que se trate de faunos.


Veinte horas doce minutos. Un descubrimiento que agitó aún más las aguas del misterio: restos óseos marinos. El conjunto de tres mandíbulas de escualos llevaron a conjeturar que El Café de García alguna vez estuvo bajo el nivel del mar. Müller lamentó no haber convocado a ningún oceanógrafo para integrar el plantel. Nunca se lo perdonó.


La lluvia del miércoles obligó a la expedición a guarecerse en el campamento. Pero lejos de perder el tiempo, Smithson y los colegiales de Cambridge archivaron más de treinta elementos de suma extrañeza. Entre ellos un raro y antiguo farol, similar a la de ciertas embarcaciones. Esto profundizó la hipótesis que, en un incierto pasado, existió una vía fluvial en la calle Sanabria. Müller permitió a su gente tomarse libre la tarde y un grupo, entre ellos los argentinos, se sirvieron un merecido recreo justamente en el café. Lamentablemente un altercado con los nativos del Café de García por una partida de billar puso en riesgo la continuidad de la investigación. En la mañana del jueves, Müller obligó a los miembros argentinos a disculparse con los nativos. Tras un tenso parlamento, obtuvieron finalmente el visto bueno para seguir en sus estudios.


Para sorpresa del jefe de arqueólogos, a las diecinueve en punto, el propietario del lugar suspendió las labores hasta nuevo aviso ya que requeriría del espacio barrido y presentable. Desde entonces y hasta el domingo inclusive, el café recibiría peregrinos a la hora de la cena. Algunos, como el antropólogo Julien, compartieron gustosos la tertulia de comensales pero el grueso de la expedición regresó a las carpas, nerviosos por ver reducidas las horas de trabajo.


El viernes Julien abandona la expedición y su carrera en antropología para asentarse por tiempo indefinido en el barrio. Publicaría más tarde y de manera independiente La picada de los 13 platitos; un bestseller culinario traducido a más de doce idiomas.


Otro de los colegiales de Cambridge dio con ruinas de una vieja vivienda. Si las leyendas del lugar son ciertas se trata del edificio fundacional de un viejo asentamiento. Incentivados, Müller ordenó un rastreo completo con las sondas, con intenciones de hallar más bajo tierra. Las lecturas dejan mudo al equipo. Y luego decepcionan. Las curvas arrojadas por el radar subterráneo de alta frecuencia observaron fuertes sobresaltos que, como lamentablemente descubrieron más tarde, coincidía con los horarios en que el 114 pasa por Beiró.


Müller regresó el sábado a rendir cuentas a la comisión que lo recibió con todos los honores. Fuentes dentro de la Comisión Investigadora de Antropología Internacional afirman que en el Café de García se ha descubierto la fisura temporal más antigua del mundo. Los boletines científicos titulan “La ventana al pasado de Devoto”. La noticia sorprende al mundo entero. Salvo a los parroquianos del Café de García, que ya lo sabían.




 

Este cuento, algo distinto de lo que acostumbro a subir a Wendigo, fue seleccionado para el concurso literario "Un café, una historia", que se llevó a cabo en el 2018 y cuenta además con gran material fotográfico.


Una de las pautas principales era que el relato tenía que contar con una referencia principal que tuviera que ver con uno de los tantos cafés notables de la Ciudad de Buenos Aires. Yo elegí el Café de García, ubicado en una esquina inconfundible de Devoto. Que recomiendo sobre todo para ir a cenar su incomparable picada y dejarse llevar con los adornos atemporales en sus paredes.


La Gerencia Operativa Patrimonio, dependiente de la Dirección General Patrimonio, Museos y Casco Histórico y la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires convocó el certamen.


Los relatos fueron evaluados por un comité integrado por miembros pertenecientes a diferentes espacios vinculados a la literatura y al patrimonio.

El Jurado fue integrado por:

  • Representante de la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares, Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires

  • Pablo Vinci, Escritor

  • Gabriel Seisdedos, Vicepresidente del Centro PEN Argentina

  • Alejandro Vaccaro, Presidente de la Sociedad Argentina De Escritores

  • Arq. Graciela Aguilar, Gerenta Operativa Patrimonio, Dirección General Patrimonio, Museos y Casco Histórico.



En la ceremonia de premiación, llevada a cabo en el mítico Café Tortoni, recibiendo el diploma de las manos del escritor Pablo Vinci.


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